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sexta-feira, 21 de junho de 2013

Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales. Gabriel Celay


La caída de Allende

Golpe militar en Chile

Por Luis Ignacio López (fragmentos)
periodista

El 11 de septiembre de 1973, tres años y siete días después del triunfo electoral de la Unidad Popular, el presidente chileno Salvador Allende, sitiado en el Palacio de La Moneda por los carros de combate del Ejército sublevado, recibía un ultimátum para abandonar el poder. "Defenderé con mi vida la autoridad que el pueblo me entregó", respondió el presidente, y pocas horas después su cadáver yacía envuelto en una bandera chilena entre las ruinas de La Moneda. Con su derrocamiento y muerte culminaba una conspiración fraguada el mismo día de su triunfo electoral y se iniciaba una feroz represión que constaría la vida a miles de chilenos.


http://www.youtube.com/watch?v=bKnEaCweikg

(Com Paco Ibañez)


http://www.youtube.com/watch?v=AYGvhSKDINU

(Com Joan Manoel Serrat)

La marcha de las cacerolas

Durante los últimos meses de 1971 y todo el año de 1972 pudo apreciarse lo que cabría llamar la "vía chilena de la sedición", en oposición a la "vía chilena al socialismo" elaborada por Salvador Allende y la Unidad Popular. En el tablero podían distinguirse varias áreas de jugadas de un ajedrez múltiple que abarcaba desde los poderes del Estado hasta los medios de comunicación, el amplio e incontrolable campo de la actividad económica, las Fuerzas Armadas, el terrorismo y los frentes de masas.
El alcance del nuevo clima pudo advertirse el 2 de diciembre de 1971. Durante semanas, la oposición, ya unida en torno a la única consigna de atacar al Gobierno, había lanzado a través de los medios de comunicación que controlaba -superiores en distribución a los del Gobierno- consignas de agitación contra un nuevo problema que había comenzado a suscitarse sin que el Gobierno hubiera tomado alguna medida al respecto. La cuestión tenía relación con el abastecimiento de bienes de consumo. Misteriosamente habían comenzado a escasear productos como el azúcar, los fósforos, el papel higiénico, el aceite y otros no fundamentales pero singularmente incómodos para la vida cotidiana. En esa fecha no había motivo económico alguno para explicar tan misteriosa escasez. Los grandes centros de distribución estaban controlados por sectores de la burguesía comercial, claramente adscritos al Partido Nacional, y en absoluto amenazados, ni por el programa de la UP, ni por la política económica que aplicaba el Gobierno, dirigida exclusivamente contra grandes monopolios industriales.
El abastecimiento fue sin embargo el estandarte que aprovechó la oposición para organizar una espectacular marcha de "cacerolas vacías". El 2 de diciembre, mientras permanecía en el país Fidel Castro, en una larga visita al Chile de Allende, miles de mujeres del barrio alto de Santiago marcharon desde sus chalets hacia el centro de la capital, con cacerolas y banderas chilenas y escoltadas por jóvenes militantes de Patria y Libertad, provistos de camisas azules, cascos, cadenas y armas ligeras. La manifestación culminó en un enfrentamiento abierto con fuerzas de orden público, sin muertos ni heridos graves como sucedía a menudo en gobiernos anteriores. Pero el tornillo de la oposición apretó aún más. Días después, y por vez primera, la democracia cristiana accedió a apoyar una acusación constitucional contra un ministro, táctica que había empleado sin éxito y desde enero de 1971 el Partido Nacional. La víctima elegida fue el titular del Interior, José Tohá, hombre dialogante y moderado que no suscitaba odios en ningún sector y que tampoco había dedicado a la política sus intereses personales. Su brillante defensa de hombre de letras, más que de luchas políticas, no sirvió de nada en el Congreso. Tohá fue destituido de su cargo y, mediante un desafiante enroque del presidente Allende, trasladado a la cartera de Defensa. Después del golpe de 1973 fue una víctima del sadismo militar y murió ahorcado, en el hospital castrense de Santiago, tras varios meses de prisión. La versión militar fue "suicidio".

La huelga de los camiones.

Después de varias semanas de presiones y manifestaciones de violencia, el aparato subversivo de la burguesía chilena se dispuso en el mes de octubre de 1972 a librar una batalla decisiva. El día 6 de octubre, el presidente del Senado, Patricio Aylwin, en nombre de la institución y de su partido, el Demócrata Cristiano, proclamaba que "Allende ha violado todos los compromisos contraídos", al mismo tiempo que la Cámara Alta calificaba al Gobierno como "fuera de la ley".

El ambiente estaba suficientemente caldeado en las calles con una larga huelga de los estudiantes secundarios controlados por la democracia cristiana y con las consignas subversivas lanzadas desde las emisoras de radio y la prensa, mayoritariamente en manos de la derecha, que predicaban la "desobediencia civil". Cada noche sonaban cacerolas en los barrios altos de Santiago, santuario de la alta y media burguesía, mientras se sucedían las provocaciones a las Fuerzas Armadas, invitándolas a intervenir contra el Gobierno.
La situación económica se había deteriorado entretanto hasta extremos insostenibles para el funcionamiento del país. Desde hacía varios meses desaparecían de los mercados y almacenes diversas mercaderías básicas que reaparecían en puestos clandestinos de venta a precios donde se centuplicaba su valor oficial. Las Juntas de Abastecimiento (JAP) promovidas por el Gobierno no lograban resolver el problema; la distribución, como la mayor parte de la producción, continuaba, pese a las intervenciones de industrias, en manos de propietarios que actuaban abiertamente en el dispositivo sedicioso de la oposición. Desde el exterior, los bancos norteamericanos bloqueaban créditos indispensables para la compra de recambios y ello acentuaba la parálisis productiva, el mismo tiempo que la especulación del mercado negro disparaba la inflación.
El 8 de octubre, un tribunal de París decretaba el embargo de una carga de cobre chileno, en virtud del proceso iniciado por la compañía Kennecott contra el Gobierno de Chile por la nacionalización de sus yacimientos cupríferos. Dos días después, la red de gremios patronales, estructurada desde marzo de 1972, ordenó un paro total e indefinido del transporte y del comercio. El país quedó paralizado.
La huelga de camioneros, financiada desde Estados Unidos, duró hasta fines de octubre y provocó pérdidas de alrededor de un millón de dólares. La respuesta del Gobierno y de los partidos de izquierda se apoyó en una movilización masiva de sus bases para mantener, dentro de lo posible, el abastecimiento mínimo en las ciudades. Gran parte de las provincias fueron declaradas en estado de emergencia y puestas bajo control de las autoridades militares, que intervenían por primera vez en el proceso, paradójicamente a favor del régimen constitucional.
La huelga no logró derrumbar al Gobierno de Allende y robusteció en cambio la capacidad de acción de los partidos de izquierda, que reforzaron sus dispositivos de seguridad y sus precarios aparatos paramilitares. Un número importante de industrias fueron ocupadas por sus trabajadores de forma espontánea y éstos organizaron "cordones industriales" en las barriadas obreras, dando así origen a nuevos organismos de masas no previstos en el esquema inicial del programa de la Unidad Popular.
A fines de octubre, la oposición advirtió que había llegado hasta el techo de sus posibilidades en esa brutal prueba de fuerza y abrió, una vez más, la posibilidad del diálogo a través de los sectores más moderados y democráticos de la DC. Allende puso punto final a la crisis con una medida audaz. El 2 de noviembre, nombró ministro del Interior al comandante en jefe del Ejército, el general Carlos Prats, un militar decididamente institucional que se comprometía a "asegurar la paz social del país y garantizar las elecciones que debían celebrarse en marzo de 1973 para renovar a los miembros del Congreso.

http://www.youtube.com/watch?v=g1QJ-y_xUmk


(Último discurso de Salvador Allende)

El golpe de Estado

Los acontecimientos se precipitaron en las semanas siguientes. Nuevamente los "gremios" controlados por la derecha y asistidos militarmente por las "centurias" armadas de Patria y Libertad decretaron una huelga. Los trabajadores de la mina de El Teniente mantenían a su vez una larga huelga que había polarizado la actividad de masas de la oposición, en combinación con las federaciones estudiantiles controladas por la DC o el Partido Nacional. Las calles de la capital se convirtieron en escenario cotidiano de enfrentamientos entre Patria y Libertad, MIR y la Policía, al mismo tiempo que la organización de Pablo Rodríguez realizaba atentados contra instalaciones eléctricas que dejaron a oscuras a varias ciudades.
La decantación del Ejército ya era visible desde los primeros días de agosto. En Punta Arenas, primero, y luego en Santiago y Concepción, los jefes militares de plaza ponían en vigor una ley de control de armas que solo fue efectiva para incautar los arsenales de los partidos de izquierda y de los sindicatos. Los sondeos que hacía discretamente el Gobierno revelaban ya que el número de generales leales al régimen estaba en minoría. Carlos Prats, comandante en jefe y cabeza visible del sector institucional, se convirtió en el blanco de ataques públicos de la oposición. Finalmente, una marcha de esposas de oficiales, que desfilaron ante su casa insultándole y pidiendo su dimisión, le obligó, el 23 de agosto, a dejar su cargo y pasar a retiro. El último obstáculo para el golpe había desaparecido. A la izquierda, desangrada en sus propias luchas intestinas, sólo le quedaba esperar el desenlace.
Éste llegó la madrugada del 11 de septiembre. Tropas de Infantería de Marina, que realizaban maniobras con las naves norteamericanas del proyecto UNITAS, ocuparon a primeras horas el puerto de Valparaíso. Al mismo tiempo, a las 4 de la madrugada, un regimiento de infantería se dirigía hacia la capital desde la vecina ciudad de los Andes, mientras un comando detenía en su domicilio al general Prats, ya retirado, pero aún con influencia suficiente en las Fuerzas Armadas. A las siete, el presidente Allende recibía información en su residencia de la calle Tomás Moro y una hora después salía con su escolta hacia el Palacio de La Moneda. A las ocho de la mañana, la casa de Gobierno estaba ya rodeada de tanques y se escucharon los primeros disparos. A través de la radio, los tres comandantes en jefe de Ejército, Marina y Aviación anunciaban que el Gobierno legal había sido derrocado.
A esa hora, las escasas fuerzas leales al Gobierno habían sido neutralizadas en los propios cuarteles; el presidente sólo disponía de su escolta y algunos miembros de la policía civil. A través de las emisoras que aún permanecían en manos de la izquierda leyó su último y dramático mensaje, anunciando inequívocamente que "no saldré de La Moneda, no renunciaré a mi cargo y defenderé con mi vida la autoridad que el pueblo me entregó".
Los generales conjurados replicaron con un ultimátum, mientras aviones Hawker-Hunter de la Fuerza Aérea realizaban amenazadores vuelos rasantes sobre el palacio. Por las ventanas del edificio, los jóvenes de la escolta presidencial asomaron las bocas de sus metralletas y de dos ametralladoras punto cincuenta. Los tanques ya habían disparado sobre la enorme puerta colonial del palacio y se sucedían las ráfagas de fusiles automáticos.
A las 11 y 3 minutos de la mañana, comenzó el bombardeo aéreo. En esos momentos, los golpistas controlaban todas las ciudades del país y se registraban sólo combates esporádicos en los "cordones industriales" de la capital y en puntos dispersos. La izquierda no disponía de hecho de ninguna fuerza armada suficiente para enfrentarse a un ejército profesional.
A las trece horas, las paredes de La Moneda humeaban a través de los agujeros provocados por los cohetes de la Fuerza Aérea y los proyectiles de los tanques Sherman. Allende, protegido con un casco y armado con un fusil Kalachnikov que le había regalado Fidel Castro durante su visita a Chile en 1971, recorría el palacio en busca de municiones y armas y organizaba una defensa desesperada. Su asesor de prensa, Augusto Olivares, herido por una bala, había muerto debido a un segundo impacto. Sólo quedaban vivos algunos jóvenes de la escolta que fueron testigos del último combate del "compañero presidente".
Allende cayó herido mortalmente a las 14.15 horas. Quince minutos después, las tropas asaltantes encontraron su cuerpo en un sofá de su despacho, envuelto en la bandera chilena. A su lado estaba el fusil con que defendió hasta el último minuto el cargo que "el pueblo me ha dado".
http://www.youtube.com/watch?v=g1QJ-y_xUmk
 

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