Cultural
Cien años de Jorge Amado
La invención de Brasil
Agnese Marra
ES DIFÍCIL DECIR quién está antes, si Brasil o Jorge Amado. Si se piensa
en los obvios límites geográficos, el País del carnaval tendría muchos
más años que el autor bahiano. Pero más cerca de los confines
simbólicos, las fronteras se difuminan, y autor y nación parecen dos
caras de la misma moneda. "No conozco ningún caso de identificación
mayor entre un hombre y su país, un hombre y su lengua, como el de
Amado", diría el escritor Severo Sarduy.
Y es que hablar de Jorge Amado es hablar de Brasil, de una idea de
nación donde lo mítico y lo real comparten cama, como Doña Flor y sus
dos maridos. La tierra del samba y el carnaval fue el personaje
protagonista del universo amadiano, valiéndose de la ideología y de la
denuncia social como armas para retratarlo. Sus preocupaciones y
experiencias se plasman explícitamente en sus novelas, pudiendo hacer un
recorrido biográfico a la par que literario, donde vida y ficción se
estimulan mutuamente. Como dice la editora brasileña Lilia Schwarcz:
"Embarcarse en ese viaje tiene la dificultad de pretender saber cuándo
comienza el mito y se acaba la realidad, o cuando la realidad se
convierte en metáfora. Poco importa".
aventura temprana. Jorge Amado nació el 10 de agosto de 1912 en Itabuna,
al sur de Bahía, en la fazenda de cacao de su padre, el coronel Joao
Amado. Su madre, doña Eulalia Leal, también pertenecía a una familia de
desbravadores de tierra de la élite bahiana. Su lugar de nacimiento
daría lugar al escenario de Cacao (1933), su segunda novela, con la que
consiguió por primera vez fama internacional. Cuando apenas tenía un año
y medio su familia se mudó a Ilhéus, una pequeña ciudad costera de
Bahía, en la que el escritor pasaría su infancia y la mayor parte de sus
veranos. Los caserones, las iglesias, los colores de sus calles
servirían de espacio literario en obras tan diversas como Gabriela,
clavo y canela (1958) o Mar Muerto (1936).
Amado fue a la mejor escuela de Salvador, el colegio Vieira, donde se
codeó con la flor y nata nordestina. Pero los estudios no le interesaban
y las rígidas normas del internado provocaron la incipiente rebeldía
del escritor, que decidió llevar a cabo lo que definió como su "mejor
aventura". Con tan solo doce años y algo de dinero se escapó del colegio
para cruzar el sertao bahiano hasta el Estado vecino de Sergipe. Fueron
dos meses de travesía que acabarían en la fazenda de su abuelo, el
viejo Zé Amado. Allí trabajó la tierra durante seis meses hasta que un
día le imploró a su padre que le dejara volver a estudiar, esta vez en
el internado Ipiranga: "Ese liceo era mucho más blando, todas las noches
saltábamos el muro y nos íbamos con los amigos a las casas de putas, yo
salía con Benedita, siempre que podía dormía con ella", contaba el
escritor en una entrevista para Caderno de Literatura Comentada.
Sus excursiones nocturnas fueron el primer contacto con el que sería eje
central de su literatura: el pueblo bahiano. Las prostitutas, las
sirvientas, los trabajadores del puerto, todos ellos cobrarían algún
papel a lo largo de sus obras. En varias ocasiones declaró que sólo
podía escribir sobre aquello que conocía como la palma de su mano, y
desde muy joven se adentró en el Brasil del que no se hablaba en los
buenos colegios. A los 14 años se puso a trabajar en el Diario de Bahía
como periodista de sucesos. Eligió el casco histórico de Salvador como
centro de operaciones, y en un viejo caserón del Largo de Peleurinho fue
donde, además de escribir sus artículos, comenzó a idear sus primeras
novelas, a conocer el mundo de los excluidos, del candomblé, de los ex
esclavos. Entonces descubrió los dolores de una Bahía que no era tan
solo mar y sol, y empezó a preocuparse por entender sus tristezas.
ACADEMIA DE REBELDES. Eran finales de los años 20, el Modernismo que se
inauguró en Sao Paulo en 1922 llegaba a Salvador transformado, y Amado
creaba el grupo literario Academia dos Rebeldes: "El modernismo paulista
fue una revolución formal, nosotros también queríamos una revolución en
la sociedad", diría en Caderno de Literatura Comentada.
El inicio de la década de los 30 fue uno de los períodos más convulsos
de la historia brasileña. Getulio Vargas tomaba el poder de la República
Nova, era la gran crisis de las oligarquías rurales y el surgimiento
del nuevo proletariado, la caída del Brasil tradicional y el nacimiento
del Brasil moderno. En ese contexto hay que leer la obra amadiana, su
voluntad por reconstruir ese Brasil moderno, ese proyecto nacional,
heroico, valiente y profundamente sensual que recorre su narrativa. Su
adhesión al Partido Comunista marcará una primera etapa literaria, con
novelas de fuerte carga política y social. La segunda vendrá al
abandonar las filas de ese partido; su ideología se mantendrá pero se
alejará de los problemas universales para adentrarse en el folklore de
su país, en esa "brasileidad" que, según el crítico literario José
Castello, Amado supo inventar.
política y mundo. "Durante muchos años fui militante comunista, allí
encontraba aquella frontera donde podía ser útil para mi pueblo, para
Brasil, para la humanidad". De los más de sesenta años de carrera, los
primeros veinticinco (1933-1954) los dedicó a la construcción de una
ficción que se ajustaba a los debates del Partido Comunista Brasilero
(PCB). Su narrativa era un esfuerzo por denunciar las desigualdades
sociales de su país, y a su vez una necesidad de mostrar el camino hacia
un Brasil más igualitario. Obras como Cacao (1933), Sudor (1934),
Jubiabá (1935) o Mar Muerto (1936) son una amalgama de fotografías del
pueblo bahiano retratadas bajo la óptica de la lucha de clases. Amado
lleva a cabo una suerte de traducción en la que transforma conceptos y
valores de su militancia política en repertorios literarios que
funcionan como "armas de revolución" para el nuevo proletariado
brasileño. La voz de sus personajes se confunde con la del autor en
pasajes explícitamente doctrinarios como el de Sudor, donde el
protagonista, Álvaro Lima, dice: "¡Camaradas! Es necesario acabar con
las explotaciones. Nosotros somos muchos, pobres, sin comida, sin casa
(…). Explotados por los ricos, que son pocos… Es necesario unirnos para
defendernos (…). Es necesario que los obreros se junten alrededor de su
partido para conseguir un gobierno de obreros y campesinos (…)".
A través de una narrativa de inspiración soviética, muestra la realidad
social a partir de categorías polarizadas, ricos frente a pobres. Sus
protagonistas se convierten en héroes cuando obtienen una conciencia
social y consiguen movilizar a sus compañeros en favor de la lucha de
clases. En Cacao, uno de los campesinos desiste de su amor con la hija
del fazendeiro en solidaridad con la clase trabajadora; Balduino, en
Jubiabá, pasa de ser un vagabundo a un trabajador consciente, que
enfrenta todos los obstáculos para "no someterse a la tradición de la
esclavitud ante el señor blanco y rico". En Capitanes de la arena, Amado
se vale del candomblé como un instrumento a través del cual Pedro Bala,
el líder de los niños de la calle, empieza a entender las jerarquías
sociales. En esta primera etapa, Amado dibuja un Brasil épico, reafirma
el espíritu luchador del pueblo bahiano, sus protagonistas pasan de ser
bohemios a revolucionarios conscientes. La valentía, la perseverancia y
la rebeldía se revelan como características que parecen estar en el ADN
de todo brasileño.
Su militancia política no sólo marcó su literatura, sino que tuvo
consecuencias fundamentales en su vida. En 1936 los militares quemaban
sus obras en las plazas públicas de Salvador de Bahía. Literatura y
autor se convirtieron en enemigos del gobierno de Vargas, y en ese mismo
año estuvo preso durante dos meses acusado de participar un año antes
en la Intentona Comunista de Prestes. La presión política hizo que en
1940 se exiliara durante dos años en Argentina y Uruguay, donde escribió
la biografía que le había encargado el PCB sobre su líder, Luiz Carlos
Prestes. En Montevideo terminaría El caballero de la esperanza (1942),
donde Prestes aparece como si fuera el propio Brasil, con las
aspiraciones del pueblo encarceladas por el oscurantismo de la dictadura
varguista.
En 1942, con la entrada de Brasil al bando aliado de la Segunda Guerra
Mundial, vuelve a su país y en 1946 es elegido diputado por el PCB en el
estado de Sao Paulo. Nunca tuvo interés por ocupar ese cargo; siguió
órdenes del Partido, que le había prometido que después de candidatearse
podría renunciar, pero nadie esperaba la lluvia de votos que obtuvo. A
pesar del éxito en las elecciones y de la presión de amigos comunistas
como Oscar Niemeyer, el escritor terminó dejando su puesto.
En 1948 la persecución política contra Amado empeoró y el PCB ya estaba
ilegalizado. Tras varios asaltos policiales a su casa de Rio de Janeiro,
decidió exiliarse en París con su mujer Zelia Gattai y su hijo Jorge,
recién nacido. Allí entablaría amistad con Sartre y décadas más tarde la
capital francesa se convertiría en su segundo estudio, después su casa
de Salvador. Pero antes de eso, en 1950, el gobierno francés expulsó al
escritor debido a su militancia política. Amado se refugió en
Checoslovaquia, viajó por Europa del Este invitado por los diversos
regímenes socialistas, y en 1951 le otorgaron el premio Stalin de
Literatura.
Un año más tarde el escritor volvía a su país con un nuevo integrante en
la familia, su hija Paloma, nacida en Praga. Dos años después ocurría
el suicidio de Getulio Vargas y Amado era nombrado presidente de la
Asociación Brasilera de Escritores. Poco a poco se fue alejando de la
política stricto sensu hasta que en 1956 abandonó definitivamente el PCB
tras sufrir uno de los golpes más duros de su vida: tomar conocimiento
de los horrores del régimen estalinista. Con Los subterráneos de la
libertad (1954) cerró una etapa literaria visceralmente política, para
abrir otra en la que Brasil, su sensualidad y su mestizaje emergen como
una utopía de pueblo feliz en el que ya no hay blancos y negros, sino
muchos colores.
Brasil, país tropical. Si en su primer período Amado se vale de la lucha
de clases para dibujar al Brasil moderno, en una segunda fase su
ideología se sustenta en la defensa del mestizaje como característica
definitoria de la "brasileidad". Su nuevo proyecto divulgaba el Brasil
mestizo que ya ideara el sociólogo Gilberto Freyre en su célebre Casa
Grande y Senzala. El bahiano tomó el concepto de Freyre y la lucha
contra el racismo pasó a ser el centro de su preocupación política. A
partir de entonces construye una mitología acerca de la raza negra como
fundadora nacional, responsable de la valentía y del optimismo del ser
brasileño: "Nuestro pueblo está volcado hacia la vida. Fue África la que
nos dio eso, fue el negro el que nos dio esta fuerza vital", diría en
una entrevista de Folha de Sao Paulo.
El mestizaje no sólo se refleja en la mezcla de razas, sino en la
mixtura religiosa, en la unión del candomblé y su sincretismo, en la
mezcla culinaria con olores y sabores de las regiones más exóticas, en
los amores entre diversas clases sociales, y en la alternancia entre
cultura popular y erudita. La novela Gabriela, clavo y canela (1958) fue
el punto de partida de esta nueva etapa donde Brasil aparece como un
país sensual, donde la gente mantiene la alegría a pesar de sus dolores
cotidianos, una nación amadiana en la que "las fuerzas místicas e
irracionales se tornan más potentes que las circunstancias políticas y
sociales", dice José Castello. La mística se percibe más que nunca en el
espacio que dedica al candomblé, popularizando esta religión
afrobrasilera, que al igual que los negros fue estigmatizada y marginada
hasta mediados del siglo XX. Amado se preocupó por hablar de este culto
no como una secta peligrosa, sino como la tradición de un pueblo que a
través de sus rezos se acerca a sus orígenes. La presencia en sus
páginas de los pai de santo, los orixás y los terreiros es todo un
homenaje al pueblo bahiano. Su novela Tienda de los milagros (1969), de
la que más orgulloso se sentía el escritor, es quizás la que mejor
representa la importancia del mestizaje racial y religioso de la Bahía
amadiana: un matrimonio formado por una escandinava y un bahiano, y el
héroe de la obra, el bedel Pedro Archanjo, que defiende el mestizaje
frente a la idea de degeneración de razas que propone el antihéroe Nilo
Argolo. Al igual que hacía en sus novelas más políticas, vuelve a poner
su voz en el personaje de Archanjo: "Si Brasil consiguió alguna cosa
válida para el enriquecimiento de la cultura universal fue el mestizaje,
esto marca nuestra presencia en el acervo del humanismo, y nuestra
contribución para la humanidad".
Pero es Doña Flor y sus dos maridos (1966) la obra con la que además de
ser reconocido definitivamente en el extranjero, se consagra como el
gran retratista de Brasil. Doña Flor aparece como una suerte de metáfora
de la nación brasileña: sensual y recatada, descarada y conservadora,
con deseos en apariencia incompatibles, pero profundamente humanos.
Amado mezcla el mundo material y el espiritual y se aleja de los
protagonistas polarizados de su primera etapa. Sus personajes ya no se
obsesionan por responder sus dilemas íntimos, sino que aceptan las
paradojas que definen a la especie humana. Doña Flor se niega a tener
que elegir y acepta la vida como una experiencia múltiple. A través de
esta protagonista el escritor pinta un Brasil lúdico, optimista, donde
las contradicciones y los sufrimientos más terribles no invalidan los
proyectos de felicidad.
En esta segunda etapa su literatura se llena de sensualidad, erotismo,
culinaria exótica y un colorido de situaciones absurdas. El bahiano
utiliza técnicas de literatura folletinesca inspiradas en elementos de
la cultura popular, y alterna el lenguaje de la calle con los versos de
siete sílabas característicos de la literatura de cordel nordestina.
Poco a poco Amado se convirtió en el autor brasileño más leído en el
mundo. Sus 38 obras y sus más de mil personajes fueron traducidos a más
de cincuenta idiomas. Su literatura llegó al cine en 11 adaptaciones
(internacionales y brasileñas) y otra decena de libros fueron
representados en televisión y teatro. Pero sus éxitos no lo salvaron de
las críticas que le acusaban de tener una narrativa simplista, popular y
poco elaborada. Él siempre repitió que no era un intelectual, ni un
artífice de una prosa estética, como la de Guimaraes Rosa. Amado se
ubicó como un escritor del pueblo y para el pueblo. Por eso, en un
Brasil profundamente elitista y volcado a Europa, fue estigmatizado por
best-seller y por comunista.
Amado, emblema nacional. Simone de Beauvoir decía que todo lo que sabía
de Brasil lo había leído en Gabriela, clavo y canela. Esa nación alegre,
mestiza, con religiones exóticas como el candomblé, danzas como la
capoeira, playas de ensueño, mujeres hermosas y hombres apasionados,
pasó a formar parte del imaginario colectivo. Nélida Piñón señalaba cómo
el escritor había conseguido un "extraño efecto literario, el de
inventar un país, un territorio mítico lleno de personajes que usan
nuestras máscaras".
Esta reinvención llevó a Amado a convertirse en un emblema nacional, en
un "embajador" de Brasil para el resto del mundo. No desperdiciaba
ocasión para hablar de su pueblo y cuando recibió el premio Legión de
Honor, la mayor condecoración francesa, contó con orgullo que formaba
parte de los doce Obás de Bahía, estatus supremo del candomblé bahiano. Y
en su ponencia en la Academia de las Letras Brasileñas recordó lo que
había aprendido en las casas de putas, con los pescadores de Ilhéus y
con los operarios de Salvador. De la mano de su gran amigo Dorival
Caymmi, Amado cantó las maravillas de Brasil y defendió a capa y espada
al gigante latinoamericano: "Brasil tiene una fuerza enorme, somos un
continente con un pueblo extraordinario", repetiría en varias ocasiones.
Ahora es el pueblo brasileño quien le homenajea y recuerda el
centenario de su nacimiento con la inauguración de la exposición Jorge
Amado y universal: Una mirada inusitada sobre el hombre y la obra, en el
Museo de la Lengua Portuguesa de Sao Paulo. La exposición viajará a
Salvador en agosto, después recorrerá Recife, Rio de Janeiro, Brasilia y
saldrá del país rumbo a Buenos Aires.
Pero a Jorge Amado se lo recuerda todos los días cuando en los
periódicos o en la televisión se sigue con entusiasmo cuál será el nuevo
reparto de la reposición de la telenovela Gabriela, que tuvo a la bella
Sonia Braga como inolvidable protagonista. Y también en el cine, con
una nueva versión de Capitanes de la arena, incluso en shoppings de Sao
Paulo, Rio de Janeiro y Salvador, donde hay diversas exhibiciones de
fotos del autor y su mujer, la también escritora Zelia Gattai. Pero es
la "amante" de Amado, como también se conoce a Salvador de Bahía, la
ciudad que se entregará totalmente al autor que la escribió. Durante
este año, todos los últimos sábados de mes, aquellos que tengan la
suerte de pasear por el Pelourinho podrán disfrutar de "Las meriendas de
Doña Flor" con diferentes puestos de la calle que ofrecerán las comidas
que se degustaban en el libro. En Ilhéus, la ciudad donde creció, los
actos se agruparán bajo el nombre de "Beber Amado, Leer Amado, Oír
Amado, Ver Amado y Amar Amado", con actividades de gastronomía,
literatura, música, cine y teatro.
En épocas convulsas como las actuales, releer a Jorge Amado se hace casi
necesario. Fue un antropólogo de su pueblo, un maestro que denunció las
injusticias sociales, que enseñó las bondades de las diferencias. Al
morir, cuatro días antes de cumplir noventa años, seguía siendo ese
"niño que creía en la victoria del bien", como lo definía Guimaraes
Rosa. Sus camisas de flores, sus vestidos africanos, su cuerpo
regordete, su eterna máquina de escribir, con la que llenó de colores un
país tan ambivalente como él, son imágenes adheridas a la de Brasil. Al
fin y al cabo, Amado representaba mejor que nadie la "brasileidad" que
siempre buscó. El mestizaje está inscrito en él y en cada uno de sus
personajes. El Amado originario de la élite bahiana pero dedicado a su
pueblo; el comunista que, a pesar de no tener religión, participaba del
candomblé y cantaba a sus orixás como uno más del terreiro; el erudito
que se sentía como pez en el agua en la cultura popular; el escritor
blanco que aseguraba sentirse más negro que latinoamericano. Sus
preocupaciones y contradicciones se fueron incorporando a la utópica
nación a la que dedicó su vida. Decía que la invención era la única
verdad, porque ningún poder conseguiría jamás negarla o corromperla. De
su invención nació ese Brasil moderno; no importa cuánto tiene de mito o
de realidad. A través de su literatura la utopía amadiana se
materializó, porque como dice el escritor mozambiqueño Mia Couto: "Jorge
no escribía un libro, escribía un país".
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