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sexta-feira, 31 de agosto de 2012

"Jorge no escribía un libro, escribía un país". Mía Couto

Cultural


 
Cien años de Jorge Amado

La invención de Brasil


Agnese Marra


ES DIFÍCIL DECIR quién está antes, si Brasil o Jorge Amado. Si se piensa en los obvios límites geográficos, el País del carnaval tendría muchos más años que el autor bahiano. Pero más cerca de los confines simbólicos, las fronteras se difuminan, y autor y nación parecen dos caras de la misma moneda. "No conozco ningún caso de identificación mayor entre un hombre y su país, un hombre y su lengua, como el de Amado", diría el escritor Severo Sarduy.
Y es que hablar de Jorge Amado es hablar de Brasil, de una idea de nación donde lo mítico y lo real comparten cama, como Doña Flor y sus dos maridos. La tierra del samba y el carnaval fue el personaje protagonista del universo amadiano, valiéndose de la ideología y de la denuncia social como armas para retratarlo. Sus preocupaciones y experiencias se plasman explícitamente en sus novelas, pudiendo hacer un recorrido biográfico a la par que literario, donde vida y ficción se estimulan mutuamente. Como dice la editora brasileña Lilia Schwarcz: "Embarcarse en ese viaje tiene la dificultad de pretender saber cuándo comienza el mito y se acaba la realidad, o cuando la realidad se convierte en metáfora. Poco importa".
aventura temprana. Jorge Amado nació el 10 de agosto de 1912 en Itabuna, al sur de Bahía, en la fazenda de cacao de su padre, el coronel Joao Amado. Su madre, doña Eulalia Leal, también pertenecía a una familia de desbravadores de tierra de la élite bahiana. Su lugar de nacimiento daría lugar al escenario de Cacao (1933), su segunda novela, con la que consiguió por primera vez fama internacional. Cuando apenas tenía un año y medio su familia se mudó a Ilhéus, una pequeña ciudad costera de Bahía, en la que el escritor pasaría su infancia y la mayor parte de sus veranos. Los caserones, las iglesias, los colores de sus calles servirían de espacio literario en obras tan diversas como Gabriela, clavo y canela (1958) o Mar Muerto (1936).
Amado fue a la mejor escuela de Salvador, el colegio Vieira, donde se codeó con la flor y nata nordestina. Pero los estudios no le interesaban y las rígidas normas del internado provocaron la incipiente rebeldía del escritor, que decidió llevar a cabo lo que definió como su "mejor aventura". Con tan solo doce años y algo de dinero se escapó del colegio para cruzar el sertao bahiano hasta el Estado vecino de Sergipe. Fueron dos meses de travesía que acabarían en la fazenda de su abuelo, el viejo Zé Amado. Allí trabajó la tierra durante seis meses hasta que un día le imploró a su padre que le dejara volver a estudiar, esta vez en el internado Ipiranga: "Ese liceo era mucho más blando, todas las noches saltábamos el muro y nos íbamos con los amigos a las casas de putas, yo salía con Benedita, siempre que podía dormía con ella", contaba el escritor en una entrevista para Caderno de Literatura Comentada.
Sus excursiones nocturnas fueron el primer contacto con el que sería eje central de su literatura: el pueblo bahiano. Las prostitutas, las sirvientas, los trabajadores del puerto, todos ellos cobrarían algún papel a lo largo de sus obras. En varias ocasiones declaró que sólo podía escribir sobre aquello que conocía como la palma de su mano, y desde muy joven se adentró en el Brasil del que no se hablaba en los buenos colegios. A los 14 años se puso a trabajar en el Diario de Bahía como periodista de sucesos. Eligió el casco histórico de Salvador como centro de operaciones, y en un viejo caserón del Largo de Peleurinho fue donde, además de escribir sus artículos, comenzó a idear sus primeras novelas, a conocer el mundo de los excluidos, del candomblé, de los ex esclavos. Entonces descubrió los dolores de una Bahía que no era tan solo mar y sol, y empezó a preocuparse por entender sus tristezas.
ACADEMIA DE REBELDES. Eran finales de los años 20, el Modernismo que se inauguró en Sao Paulo en 1922 llegaba a Salvador transformado, y Amado creaba el grupo literario Academia dos Rebeldes: "El modernismo paulista fue una revolución formal, nosotros también queríamos una revolución en la sociedad", diría en Caderno de Literatura Comentada.
El inicio de la década de los 30 fue uno de los períodos más convulsos de la historia brasileña. Getulio Vargas tomaba el poder de la República Nova, era la gran crisis de las oligarquías rurales y el surgimiento del nuevo proletariado, la caída del Brasil tradicional y el nacimiento del Brasil moderno. En ese contexto hay que leer la obra amadiana, su voluntad por reconstruir ese Brasil moderno, ese proyecto nacional, heroico, valiente y profundamente sensual que recorre su narrativa. Su adhesión al Partido Comunista marcará una primera etapa literaria, con novelas de fuerte carga política y social. La segunda vendrá al abandonar las filas de ese partido; su ideología se mantendrá pero se alejará de los problemas universales para adentrarse en el folklore de su país, en esa "brasileidad" que, según el crítico literario José Castello, Amado supo inventar.
política y mundo. "Durante muchos años fui militante comunista, allí encontraba aquella frontera donde podía ser útil para mi pueblo, para Brasil, para la humanidad". De los más de sesenta años de carrera, los primeros veinticinco (1933-1954) los dedicó a la construcción de una ficción que se ajustaba a los debates del Partido Comunista Brasilero (PCB). Su narrativa era un esfuerzo por denunciar las desigualdades sociales de su país, y a su vez una necesidad de mostrar el camino hacia un Brasil más igualitario. Obras como Cacao (1933), Sudor (1934), Jubiabá (1935) o Mar Muerto (1936) son una amalgama de fotografías del pueblo bahiano retratadas bajo la óptica de la lucha de clases. Amado lleva a cabo una suerte de traducción en la que transforma conceptos y valores de su militancia política en repertorios literarios que funcionan como "armas de revolución" para el nuevo proletariado brasileño. La voz de sus personajes se confunde con la del autor en pasajes explícitamente doctrinarios como el de Sudor, donde el protagonista, Álvaro Lima, dice: "¡Camaradas! Es necesario acabar con las explotaciones. Nosotros somos muchos, pobres, sin comida, sin casa (…). Explotados por los ricos, que son pocos… Es necesario unirnos para defendernos (…). Es necesario que los obreros se junten alrededor de su partido para conseguir un gobierno de obreros y campesinos (…)".
A través de una narrativa de inspiración soviética, muestra la realidad social a partir de categorías polarizadas, ricos frente a pobres. Sus protagonistas se convierten en héroes cuando obtienen una conciencia social y consiguen movilizar a sus compañeros en favor de la lucha de clases. En Cacao, uno de los campesinos desiste de su amor con la hija del fazendeiro en solidaridad con la clase trabajadora; Balduino, en Jubiabá, pasa de ser un vagabundo a un trabajador consciente, que enfrenta todos los obstáculos para "no someterse a la tradición de la esclavitud ante el señor blanco y rico". En Capitanes de la arena, Amado se vale del candomblé como un instrumento a través del cual Pedro Bala, el líder de los niños de la calle, empieza a entender las jerarquías sociales. En esta primera etapa, Amado dibuja un Brasil épico, reafirma el espíritu luchador del pueblo bahiano, sus protagonistas pasan de ser bohemios a revolucionarios conscientes. La valentía, la perseverancia y la rebeldía se revelan como características que parecen estar en el ADN de todo brasileño.
Su militancia política no sólo marcó su literatura, sino que tuvo consecuencias fundamentales en su vida. En 1936 los militares quemaban sus obras en las plazas públicas de Salvador de Bahía. Literatura y autor se convirtieron en enemigos del gobierno de Vargas, y en ese mismo año estuvo preso durante dos meses acusado de participar un año antes en la Intentona Comunista de Prestes. La presión política hizo que en 1940 se exiliara durante dos años en Argentina y Uruguay, donde escribió la biografía que le había encargado el PCB sobre su líder, Luiz Carlos Prestes. En Montevideo terminaría El caballero de la esperanza (1942), donde Prestes aparece como si fuera el propio Brasil, con las aspiraciones del pueblo encarceladas por el oscurantismo de la dictadura varguista.
En 1942, con la entrada de Brasil al bando aliado de la Segunda Guerra Mundial, vuelve a su país y en 1946 es elegido diputado por el PCB en el estado de Sao Paulo. Nunca tuvo interés por ocupar ese cargo; siguió órdenes del Partido, que le había prometido que después de candidatearse podría renunciar, pero nadie esperaba la lluvia de votos que obtuvo. A pesar del éxito en las elecciones y de la presión de amigos comunistas como Oscar Niemeyer, el escritor terminó dejando su puesto.
En 1948 la persecución política contra Amado empeoró y el PCB ya estaba ilegalizado. Tras varios asaltos policiales a su casa de Rio de Janeiro, decidió exiliarse en París con su mujer Zelia Gattai y su hijo Jorge, recién nacido. Allí entablaría amistad con Sartre y décadas más tarde la capital francesa se convertiría en su segundo estudio, después su casa de Salvador. Pero antes de eso, en 1950, el gobierno francés expulsó al escritor debido a su militancia política. Amado se refugió en Checoslovaquia, viajó por Europa del Este invitado por los diversos regímenes socialistas, y en 1951 le otorgaron el premio Stalin de Literatura.
Un año más tarde el escritor volvía a su país con un nuevo integrante en la familia, su hija Paloma, nacida en Praga. Dos años después ocurría el suicidio de Getulio Vargas y Amado era nombrado presidente de la Asociación Brasilera de Escritores. Poco a poco se fue alejando de la política stricto sensu hasta que en 1956 abandonó definitivamente el PCB tras sufrir uno de los golpes más duros de su vida: tomar conocimiento de los horrores del régimen estalinista. Con Los subterráneos de la libertad (1954) cerró una etapa literaria visceralmente política, para abrir otra en la que Brasil, su sensualidad y su mestizaje emergen como una utopía de pueblo feliz en el que ya no hay blancos y negros, sino muchos colores.
Brasil, país tropical. Si en su primer período Amado se vale de la lucha de clases para dibujar al Brasil moderno, en una segunda fase su ideología se sustenta en la defensa del mestizaje como característica definitoria de la "brasileidad". Su nuevo proyecto divulgaba el Brasil mestizo que ya ideara el sociólogo Gilberto Freyre en su célebre Casa Grande y Senzala. El bahiano tomó el concepto de Freyre y la lucha contra el racismo pasó a ser el centro de su preocupación política. A partir de entonces construye una mitología acerca de la raza negra como fundadora nacional, responsable de la valentía y del optimismo del ser brasileño: "Nuestro pueblo está volcado hacia la vida. Fue África la que nos dio eso, fue el negro el que nos dio esta fuerza vital", diría en una entrevista de Folha de Sao Paulo.
El mestizaje no sólo se refleja en la mezcla de razas, sino en la mixtura religiosa, en la unión del candomblé y su sincretismo, en la mezcla culinaria con olores y sabores de las regiones más exóticas, en los amores entre diversas clases sociales, y en la alternancia entre cultura popular y erudita. La novela Gabriela, clavo y canela (1958) fue el punto de partida de esta nueva etapa donde Brasil aparece como un país sensual, donde la gente mantiene la alegría a pesar de sus dolores cotidianos, una nación amadiana en la que "las fuerzas místicas e irracionales se tornan más potentes que las circunstancias políticas y sociales", dice José Castello. La mística se percibe más que nunca en el espacio que dedica al candomblé, popularizando esta religión afrobrasilera, que al igual que los negros fue estigmatizada y marginada hasta mediados del siglo XX. Amado se preocupó por hablar de este culto no como una secta peligrosa, sino como la tradición de un pueblo que a través de sus rezos se acerca a sus orígenes. La presencia en sus páginas de los pai de santo, los orixás y los terreiros es todo un homenaje al pueblo bahiano. Su novela Tienda de los milagros (1969), de la que más orgulloso se sentía el escritor, es quizás la que mejor representa la importancia del mestizaje racial y religioso de la Bahía amadiana: un matrimonio formado por una escandinava y un bahiano, y el héroe de la obra, el bedel Pedro Archanjo, que defiende el mestizaje frente a la idea de degeneración de razas que propone el antihéroe Nilo Argolo. Al igual que hacía en sus novelas más políticas, vuelve a poner su voz en el personaje de Archanjo: "Si Brasil consiguió alguna cosa válida para el enriquecimiento de la cultura universal fue el mestizaje, esto marca nuestra presencia en el acervo del humanismo, y nuestra contribución para la humanidad".
Pero es Doña Flor y sus dos maridos (1966) la obra con la que además de ser reconocido definitivamente en el extranjero, se consagra como el gran retratista de Brasil. Doña Flor aparece como una suerte de metáfora de la nación brasileña: sensual y recatada, descarada y conservadora, con deseos en apariencia incompatibles, pero profundamente humanos. Amado mezcla el mundo material y el espiritual y se aleja de los protagonistas polarizados de su primera etapa. Sus personajes ya no se obsesionan por responder sus dilemas íntimos, sino que aceptan las paradojas que definen a la especie humana. Doña Flor se niega a tener que elegir y acepta la vida como una experiencia múltiple. A través de esta protagonista el escritor pinta un Brasil lúdico, optimista, donde las contradicciones y los sufrimientos más terribles no invalidan los proyectos de felicidad.
En esta segunda etapa su literatura se llena de sensualidad, erotismo, culinaria exótica y un colorido de situaciones absurdas. El bahiano utiliza técnicas de literatura folletinesca inspiradas en elementos de la cultura popular, y alterna el lenguaje de la calle con los versos de siete sílabas característicos de la literatura de cordel nordestina.
Poco a poco Amado se convirtió en el autor brasileño más leído en el mundo. Sus 38 obras y sus más de mil personajes fueron traducidos a más de cincuenta idiomas. Su literatura llegó al cine en 11 adaptaciones (internacionales y brasileñas) y otra decena de libros fueron representados en televisión y teatro. Pero sus éxitos no lo salvaron de las críticas que le acusaban de tener una narrativa simplista, popular y poco elaborada. Él siempre repitió que no era un intelectual, ni un artífice de una prosa estética, como la de Guimaraes Rosa. Amado se ubicó como un escritor del pueblo y para el pueblo. Por eso, en un Brasil profundamente elitista y volcado a Europa, fue estigmatizado por best-seller y por comunista.
Amado, emblema nacional. Simone de Beauvoir decía que todo lo que sabía de Brasil lo había leído en Gabriela, clavo y canela. Esa nación alegre, mestiza, con religiones exóticas como el candomblé, danzas como la capoeira, playas de ensueño, mujeres hermosas y hombres apasionados, pasó a formar parte del imaginario colectivo. Nélida Piñón señalaba cómo el escritor había conseguido un "extraño efecto literario, el de inventar un país, un territorio mítico lleno de personajes que usan nuestras máscaras".
Esta reinvención llevó a Amado a convertirse en un emblema nacional, en un "embajador" de Brasil para el resto del mundo. No desperdiciaba ocasión para hablar de su pueblo y cuando recibió el premio Legión de Honor, la mayor condecoración francesa, contó con orgullo que formaba parte de los doce Obás de Bahía, estatus supremo del candomblé bahiano. Y en su ponencia en la Academia de las Letras Brasileñas recordó lo que había aprendido en las casas de putas, con los pescadores de Ilhéus y con los operarios de Salvador. De la mano de su gran amigo Dorival Caymmi, Amado cantó las maravillas de Brasil y defendió a capa y espada al gigante latinoamericano: "Brasil tiene una fuerza enorme, somos un continente con un pueblo extraordinario", repetiría en varias ocasiones. Ahora es el pueblo brasileño quien le homenajea y recuerda el centenario de su nacimiento con la inauguración de la exposición Jorge Amado y universal: Una mirada inusitada sobre el hombre y la obra, en el Museo de la Lengua Portuguesa de Sao Paulo. La exposición viajará a Salvador en agosto, después recorrerá Recife, Rio de Janeiro, Brasilia y saldrá del país rumbo a Buenos Aires.
Pero a Jorge Amado se lo recuerda todos los días cuando en los periódicos o en la televisión se sigue con entusiasmo cuál será el nuevo reparto de la reposición de la telenovela Gabriela, que tuvo a la bella Sonia Braga como inolvidable protagonista. Y también en el cine, con una nueva versión de Capitanes de la arena, incluso en shoppings de Sao Paulo, Rio de Janeiro y Salvador, donde hay diversas exhibiciones de fotos del autor y su mujer, la también escritora Zelia Gattai. Pero es la "amante" de Amado, como también se conoce a Salvador de Bahía, la ciudad que se entregará totalmente al autor que la escribió. Durante este año, todos los últimos sábados de mes, aquellos que tengan la suerte de pasear por el Pelourinho podrán disfrutar de "Las meriendas de Doña Flor" con diferentes puestos de la calle que ofrecerán las comidas que se degustaban en el libro. En Ilhéus, la ciudad donde creció, los actos se agruparán bajo el nombre de "Beber Amado, Leer Amado, Oír Amado, Ver Amado y Amar Amado", con actividades de gastronomía, literatura, música, cine y teatro.
En épocas convulsas como las actuales, releer a Jorge Amado se hace casi necesario. Fue un antropólogo de su pueblo, un maestro que denunció las injusticias sociales, que enseñó las bondades de las diferencias. Al morir, cuatro días antes de cumplir noventa años, seguía siendo ese "niño que creía en la victoria del bien", como lo definía Guimaraes Rosa. Sus camisas de flores, sus vestidos africanos, su cuerpo regordete, su eterna máquina de escribir, con la que llenó de colores un país tan ambivalente como él, son imágenes adheridas a la de Brasil. Al fin y al cabo, Amado representaba mejor que nadie la "brasileidad" que siempre buscó. El mestizaje está inscrito en él y en cada uno de sus personajes. El Amado originario de la élite bahiana pero dedicado a su pueblo; el comunista que, a pesar de no tener religión, participaba del candomblé y cantaba a sus orixás como uno más del terreiro; el erudito que se sentía como pez en el agua en la cultura popular; el escritor blanco que aseguraba sentirse más negro que latinoamericano. Sus preocupaciones y contradicciones se fueron incorporando a la utópica nación a la que dedicó su vida. Decía que la invención era la única verdad, porque ningún poder conseguiría jamás negarla o corromperla. De su invención nació ese Brasil moderno; no importa cuánto tiene de mito o de realidad. A través de su literatura la utopía amadiana se materializó, porque como dice el escritor mozambiqueño Mia Couto: "Jorge no escribía un libro, escribía un país".

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